Al volver del trail de Quiroga iba pensando en si ya podría correr, pues allí no me encontré tan mal como era de suponer para llevar meses sin entrenar. También iba pensando en las carreras que el año pasado tuvieron que quedar en el tintero, y que este año me propuse enmendar, y recordé que en un par de semanas se celebraba una de ellas: la Carballiño-Santiago. Así que me inscribí, y el día 12 me planté en Carballiño sin saber que iba a pasar.
Con algo de frío y sin frontal, a las 7am salimos de la impresionante Iglesia de Veracruz callejeando unos minutos por Carballiño y cogiendo rápidamente un paseo fluvial. Ya a plena luz pongo ritmo calentamiento por pistas de asfalto rurales, y veo que se van haciendo grupitos. Me junto con un par de portugueses (uno de ellos el compañero de Solopisadas), y llegamos al monte. Primeras rampas, primeros charcos y, tras una larga subida recta de asfalto, llega el primer avituallamiento.
Ahora el recorrido ya es de monte, subiendo y bajando pero sin petadas y con terreno fácil y disfrutón. Me quedo solo, y al estar ya algo altos, disfruto de las buenas vistas; además como el terreno no exige concentración, me entretengo observando un par de explotaciones ganaderas y forestales. Tras una pista en bajada, aparece el siguiente control a la altura de Dozón. El voluntario me ofrece un bocata… ¡de pechuga empanada! Pillo uno, hablo un momento con RL, que me sigue por todos los avituallamientos (¡una santa!), y tiro tranquilo reservando fuerzas en todo momento.
El siguiente tramito es algo feo, paralelo a la autovía, pero se compensa rápidamente con unos senderos y caminos bien metidos entre vegetación, bastante más entretenidos y con algo de desnivel. Al pasar una aldeita llamada Zudreiro llego a un cruce y no hay cintas. Antes de salir tuve un problema con el GPS de muñeca, así que saco el Foretrex del bolsillo (lo llevaba ahí por si acaso), y resulta que tampoco marca el track; sospecho que el archivo debía estar chunguillo y por eso los dos fallaron. Para no arriesgar, cojo el teléfono y llamo a la organización: me dan indicaciones, deshago un cachito pequeño y ya estoy de vuelta en el circuito… y en el control, porque estaba allí al lado.

De aquí en adelante seguiríamos las marcas del Camino de Santiago por la Vía de la Plata. Sigue el terreno en sube-baja typical Galician, y la filosofía de ir guardando fuerzas. En un tramo coincidente con la N525 a la altura de Lalín, otro avituallamiento… con croquetas y tortilla. Sin palabras. Me detengo un ratillo, pero el cuerpo pide seguir, no sé muy bien el porqué, ya que los siguientes kilómetros se me atragantan un poco. Al pasar junto al polígono industrial de Silleda noto molestias en la rodilla, adelanto al único peregrino que vi en todo el día, y en los pocos kilómetros que restan hasta el pabellón de esa localidad (donde estaban las mochilas intermedias que transportaba la organización), empiezo a cojear. Menos mal que las rosquillas que tenían me insuflaron fuerza de voluntad, porque sino me quedaba allí ya.
Luego llegó el momento chungo que siempre hay en todas las carreras: sol, terreno planillo, dolor en la rodilla, mucho asfalto (incluso cruzamos Bandeira por la acera),… Tocaba aguantar, porque en los llanos me dolía, y en las bajadas más aún. Tuve que caminar donde no debía, y empezar a lidiar con el replanteamiento mental: una, porque se esfumaba la previsión de las 12h, y otra porque reaparecía el fantasma del último UTMB. La organización puso un avituallamiento en una pista anónima en medio de fincas, y reconozco que llegué allí algo preocupado. Pero había margen de tiempo, así que postpongo la decisión otra etapita.
El recorrido cada vez más soso, y el corredor cada vez más tocado: resultado, que el ritmo descendió enormemente. El porcentaje de asfalto cada vez es mayor, y aún por encima la empinada bajada para llegar a Ponte Ulla me remata la rótula. Pero como la poción mágica en los cuentos de Asterix, aparecen las lentejas (umm, bueno, y un antiinflamatorio), para darnos un rato más de cuerda. Sentado a la mesa del bar donde estaba el control, y avituallando en plato de porcelana, pienso que sólo quedan 20-y-pico kilómetros hasta Santiago, así que aunque sea más caminando que trotando, hay que acabar.
Ahora vamos ya todo el rato en dirección NW, con unas largas subidas tendidas que tengo que hacer a marcheta. Poco a poco las pistas de asfalto le van ganando la partida a las de tierra y los senderos, y el sol se va poniendo. Cruzando aldea tras aldea, llego al último avituallamiento, Susana se llamaba (el lugar, no la voluntaria). Saco el frontal, porque ya llevaba unos minutos con algo de oscuridad, reposto algo, y directo para la capital. De noche hay que andar más pendiente de la señalización, pero al ir tan lento no hay problema. Por momentos ya se ve el skyline de Santiago, así que mentalmente voy haciendo cálculos. Una larga y oscura subida de tierra, nos deja en la tristemente conocida zona de Angrois, y desde allí sólo hay que callejear por el extrarradio y por el centro de la ciudad. El último kilómetro es por el centro, y es sábado por la noche, así que hay que ir de friki esquivando gente para poder entrar al trote en el Obradoiro, como debe ser.
Allí sentado, compruebo el juguete: 102.2km con 2800mDa+ (algo más de negativo), en 14h38min, y un sensación extraña, pues iba bastante bien de fuerzas… y no podía correr. De coco muy bien, y eso que fui solo casi todo el tiempo, aunque reconozco que no lo pasé bien del todo porque la segunda mitad del recorrido me agobió bastante (demasiado de mi odiado asfalto), y porque comprobé que la rodilla fastidiada el verano pasado sigue mal pese al «largo descanso».

Resumiendo, una buena forma de pasar un sábado entretenido es ir a esta carrerilla, humilde pero organizada para mimar al corredor; sólo se le podría pedir que pusieran alguna cinta más en la primera parte del recorrido, o que se aclarasen ellos mismos con «el concepto» detrás de la prueba (personalmente me importa bastante la filosofía detrás de los eventos, y esas contradicciones con la competitividad o las normas del reglamento, no me gustan nada). Aún así, recomendable para quien quiera un ultra sin dificultad técnica, corrible al 100% si se tienen fuerzas, y con amables voluntarios.