Ahora sí que estoy en la élite. ¿Cómo en la élite? En el Olimpo del jogging internacional. Soy oficialmente un finisher del #496Challenge.

Ahora sí que estoy en la élite. ¿Cómo en la élite? En el Olimpo del jogging internacional. Soy oficialmente un finisher del #496Challenge.
Pasados unos días, y con otras cosas ya en mente, dejo un pequeño balance personal para aclararme yo mismo y también por si alguien se anima a intentarlo y algo de esto le puede servir:
Ahí va una mini-crónica del día a día durante el mes: simplemente los enlaces a los ejercicios en Strava y algún comentario sobre la jornada, en plan resumido y sencillo para que no salga aquí más tochón todavía. El resumen sería, para quien quiera ahorrarse la lectura, que correr cansa y que en Galicia llueve. Vamos, que el Sumatorio ha sido poca épica y mucha cabezonería.
El primer día fue muy raro. Salir de casa, ya de noche, solamente para hacer 1 kilometrillo (bueno, en realidad hice alguno más), fue extraño, y más para un ultrero. Pero, obviamente, también fue muy fácil: una vuelta al parque del pueblo y listo. En mi agenda personal no sabía si contarlo como día de entreno o como day-off.
Día muy similar al día anterior, con cosas del curre y de casa en la cabeza, me quedó el ejercicio para última hora… con un frío que pelaba. Pero como en poco más de 10 minutos se hacían los deberes, y sin apenas alejarse de casa, me puse una camiseta térmica de cuello vuelto y una rebequita técnica, y sin problema. ¡Qué llevadero es este reto, no?
Solo tocaban 3… y casi no cumplo. Por la mañana estuve liado con unos recados y un poquito de pedaleo en la MTB. Y por la tarde había evento en mi casa, y entre los preparativos, las visitas, y demás familia (nunca mejor dicho), se acababa el día y aún no me había calzado las zapatillas. Al final salí a hacer mi carrerilla cuando se fueron los úlitmos invitados, a eso de las 23, de nuevo con frío, y con las miradas extrañadas de los primeros lugareños que se apoyaban en las puertas de los bares y pubs. Ellos con sus cubatas, yo con mi frontal. Cada uno a lo suyo. De nuevo carrera fácil y plana, sin salir del pueblo.
Primera salida en plan trail. Me acerqué en coche al monte, para no quemar los 4 que tocaban en el propio traslado, e hice un trote en el que llegaron los primeros pasos caminando del reto porque un par de cuestas pusieron en evidencia mi falta de forma. Ensimismado en mis cosas no calculé bien el regreso y me estaba alejando del coche. Paré el móvil cuando me di cuenta de que ya había cumplido la distancia (aunque en Strava no figuren, pues allí solo registré el reto, algunos días tocó hacer algo más para llegar al destino). Por cierto, ¡qué gusto volver a la naturaleza y a la luz solar!
Antes de desayunar salí a dejar los deberes hechos, trotando un tramio del Camino Portugués básicamente. Pese a estar cansado, varias veces tuve que frenarme un poco, porque las piernas pedían algo más de ritmo (algo inusual en ellas). Pero creo que este reto es como las pruebas de ultradistancia: no solo habrá que saber aguantar cuando no haya fuerzas, sino saber sujetarse a uno mismo cuando haya ganas de acelerar. Hay que guardar fuerzas y conservar la mecánica. El ritmo da igual en esta pista mientras se esté bailando.
Primeras molestias del reto. No estaba haciendo un recorrido duro, los caminillos habituales al lado de casa, ni iba nada fuerte, pero sentí unos pinchazos en el muslo izquierdo que me mosquearon un poco. Y hasta iba un poco atragantado de pecho. De nuevo me ayudó el hecho de que el entreno duraba poco, porque la verdad es que lo que me apetecía era llegar a casa y comer, nada más.
Notaba las patas muy cargadas. Por eso me metí en easy-trails (Pantomima Full estaría orgullosa de mis coletillas en inglés), como el senderito del río y mis caminitos habituales. Intenté tensar un pelín y ponerme en modo crucero, pero no acababa de responder y los números no eran buenos, pero tampoco malos de todo. No pasó nada, llegué a casa contento, que es lo importante para un popular como yo. Y, con todas las coñas, llevó una semana de challenge.
Segunda vez que doblaba entreno durante el reto, y esta vez una sesión a continuación de la otra. Aromon organizaba un entreno de orientación en el Acibal y aproveché para hacer allí los 8K que tocaban hoy. Tras 1:30h de MTBO algo durillas por lo mojado que estaba el monte, me hice en caco un mapita de orientación a pie bastante chulo, sin mucha columpiada pero con algunos fallos y elecciones de ruta estilo Cru. En la parte final me encontré con unas vacas que buscaban claramente confrontación bélica, así que me fui por donde venía y tuve que dar un rodeo para llegar a la baliza. Gracias a ellas, y a un pequeño descalentamiento, cumplí con la distancia.
En cuanto me levanté salí en ayunas a cumplir, animado y centrado. El recorrido todo un clásico ya: el RR vuelta al Umia, cogiendo un cachito de la Vía verde do Salnés. Me puse un ritmillo llevadero, carrera continua suave, un poco por voluntad propia y un poco porque iba notando la carga en las piernas. Aunque me cogió un poquillo el frío (también en el estómago, como pude comprobar luego en casa), luego rendí mejor en el trabajo. Había olvidado lo bien que sienta entrenar antes de currar.
Al ser fin de semana y estar en casa pude buscar hueco para salir de día. Estaba algo falto de imaginación, y no sabía hacia donde ir (antes de empezar el reto había pensado en diseñar los recorridos en el ordenador de antemano, pero no lo hice y tocó improvisar). Repitiendo un poco, tiré hacia el monte más cercano para conectar con el río y la vía verde y hacer un 10K de trote con algún mini-caco. Vamos, nada especial, pero al menos empezaba a sumar con dos dígitos.
Anduve algo despendolado y, raro en mí, me levanté algo tarde. Para purgar mis pecados salí intentando rodar, pero la penitencia me llegó en la parte central del entreno en forma de dolor en la pierna izquierda (estaba claro que era un castigo divino, porque mi pierna lesionada es la derecha), y de dolor de garganta y cabeza, por lo que ese intento de correr a ritmo se conviertió en un «para y camina, o te haces daño». Cuando llegué a casa en mi mente se apareció un meme de Julio Iglesias que rezaba: estás enfermando, y lo sabes.
Febrícula y dolores varios y afuera llovía bastante. ¿Qué hacer? Lo más sensato era tirar del comodín 3, porque los desperfectos que podría producirme una mojadura no los arreglaría ni una hormigonera de Paracetamol. Así, aproveché que tenía día libre en el trabajo para ir al gimnasio ya por la mañana, cuando apenas hay gente, y agenciarme una cinta de correr durante más de 1h. Al principio muy lento, porque no era capaz con los mocos y la sensación de malestar, y un poquillo más vivo cuando calenté, cumplí con la docena de kilómetros que tocaban y volví a casa a tumbarme y darle duro al medicamento.
Chungo no, arrastrado. Me dolía todo, no solo del aparato locomotor, sino del cuerpo en general. Iba tan mal que incluso en terreno fácil no era capaz de mantener un mínimo trote y tenía que meter trozos caminando. Además los chaparrones me estabán matando. Incluso me vine un poco abajo de cabeza y pensé en cortar aquí el reto. Total, solo quería ver hasta que día llegaba y forzarme a volver a correr con algo de continuidad, y podía volver a intentarlo cualquier otro mes (de 31 días, claro). La verdad es que durante esta sesión solo quería acabar de una vez, llegar a casa, tomar una taza de leche caliente con Nesquik (y galletas), y luego ya pensaría.
Muchas dudas hoy. Salí porque ya estaba con el hábito, y por terquedad. Pero tal vez debería quedarme en casa, que el monte seguiría ahí otro día… y esperaba que los dolores no tanto. Pasé el entreno bastante preocupado, yendo por inercia por caminos conocidos, con un trote lentorro y cansino y metiendo cacos en cualquier cuestecilla porque no había chispa. En los últimos kilómetros pensaba que, como parece que le pasó a Sean, si quería continuar había llegado el momento de aumentar la ingesta y los estiramientos.
No había mucho tiempo, pero pude conciliar gracias a RL. Mientras ella estaba en la clase de la escuela de orientación, me di un rule por la zona del mítico lago de Castiñeiras y Cotorredondo. Pillé algo de llovizna y de una niebla fría que traspasaba la chaquetilla y humedecía los pulmosnes, y escapé lo que pude del desnivel positivo (incluso le metí algo más de negativo, al estilo de los paseos de Berto Romero). Y aunque esperaba encontrame como el culo, me vi algo mejor de lo que esperaba: todavía con el ¿catarro? y dolores, pero pudiendo moverme con cierta agilidad. Sin fuerza, pero el motor todavía estaba encendido.
Estirar, comer, meterle batidos de recovery y visitar la farmacia, se notó. Fui recuperando sensaciones respecto a días previos, y aunque no me notaba fit (ni sano), tampoco fat. Volví al Camino de Santiago, a la carrera continua llevadera por zona fácil, sin aspavientos. Lo malo es que sí que sentía que estaba robando tiempo a cosas más importantes que esto, que no pasa de poner un pide delante del otro por afición, lo que me jodía y me impedía disfrutar del todo.
Intencionalmente, como si estuviese en un ultratrail, combiné el correr con el caminar a ritmos vivos, y el puro monte con las pistas fáciles. Con estas distancias ya empezaba a alejarme algo de casa, por lo que salí por vez primera este mes con mochila. El monte estaba entretenido, embarrado y con el suelo lleno de ramas, pero no llovía, así que no tuve que sacar el chubasquero, y la sesión se pasó rápido. Después de unos días durillos, parecía que volvíamos a disfrutar.
Más que competir, lo que hago a veces es ir a carreras. Este domingo en concreto fui al Trail-O de Orro organizado por la gente de Gallaecia Raid, en compañía de JV y de AR. El día estaba despejado pero frío por un viento jodón. El trazado fue el habitual en esta prueba: unas partes más técnicas en la parte sur del mapa y otras más rodadoras y pisteras en la parte norte. Yo tuve algún fallo de lectura de plano, y aunque fui conservador llegué al final con pocas fuerzas (se iba notando la carga de trabajo día tras día). Salió más de lo que tocaba, pero es que ni miré el reloj durante la carrera… y aunque lo mirase, tampoco iba a parar antes de llegar a meta, que tan tonto no soy (creo).
Esta sesión la recordaré toda mi vida. Todo el día estuvo lloviendo, lloviendo bastante, y yo pensando en si salir o no. Me daba pereza y también miedo de recaer enfermo y ponerme peor. Pero estaba motivado. Tanto que, pese a que cada vez caía más agua y en la televisión hablaban de alertas varias, me puse un viejo traje de aguas Karhu y después de cenar salí de casa con la intención de hacer los 19Km que tocaban en una especie de in-every-street de esos que hace ahora la gente (correr por todas las calles de tu ciudad), y así aprovechar los balcones y edificios para evitar en parte la lluvia. La teoría no era mala, pero no funcionó porque a los pocos minutos de estar trotando por las aceras aquello se convirtió en un diluvio ventoso. Todo eran grandes charcos, agua saliendo de los balcones y de los canalones desbordados, lluvia lateral donde no había protección… Estaba empapado de arriba a abajo, los kilómetros se sumaban muy lentamente dando vueltas a varias manzanas, y las pocas personas con las que me crucé me miraban, algunas como si estuviese loco, otras como si fuese tonto. Tal vez tenían razón ambas. Luego en casa, con el objetivo cumplido y la ducha caliente tuve la sensación de ser un dios. Pero volví a ser mortal cuando cogí la fregona para limpiar los charcos que dejé al entrar y al desnudarme. Y poco después ya era un vil pecador cuando pillé por banda el cartón de la leche, el Nesquik y la bolsa de las galletas.
Sería por la dopamina y la adrenalina generadas el día anterior, pero el cuerpo quería movimiento. No había piernas o, mejor dicho, había, pero perjudicadas muscular y articularmente. Pero aun así logré sacar los 20K a sub 6′ y con sensaciones no del todo malas (¿sería que con el paso de los días, además del cansancio, también llegaba la forma?), solo empañadas por unos leves dolores de espalda. PD: o me pongo a trabajar el core, o algún día tendré un disgusto (y además si no lo hago nunca lograré parecerme a CR7).
Esta guay salir a hacer una media maratón entre semana, después de cenar, tener que regresar por no ser previsor (por ejemplo por salir sin chubasquero y ponerse a llover), y con todo pasarse de distancia. Y es que por el día no pude, pero a última hora del día saqué fuerza de voluntad y me escapé sin mirar la previsión meteorológica. Me pilló la lluvia a unos kilómetros de casa y volví para el pueblo para intentar acabar la distancia dando vueltas por el parque y por las aceras. La Guardia Civil me vio varias veces en distintos lugares y estuvo a punto de pararme; seguro que me multaban por matado. Fue un día difícil de describir porque no iba bien ni de cabeza ni de cuerpo, de nuevo teniendo que recurrir a un caco involuntario, y aún así cumplí con lo que tocaba sin saber bien cómo.
Todo el que hace deporte habrá sufrido alguna vez de estar entrenando e, involuntariamente, no parar de tararear una canción pegadiza. Pues esa es la historia de esta tirada: viví 22Km de carrera continua, trotona, por el Camino de Santiago hacia el sur, bajo una lluvia fina y absorto en el haz de luz del frontal… con el soniquete del burrito sabanero que va camino de Belén incrustado en el cerebro (soy tan amable que dejo un enlace por si alguien no sabe de qué hablo). Eso sí, a lo tonto iban pasando los días, llevaba más de 250Km, y ya había llegado más lejos de lo que esperaba con el retito este.
Querer, quería hacer algo similar a lo de ayer: un rodaje de ida y vuelta por el Camino de Santiago, pero hacia el norte. Sin embargo, no me salió como quería. La lluvia era más fuerte y el cuerpo no iba, y más que rodar seguido tuve que «caquear» un poco. Fu un día de aguantar de coco y usar estrategias mentales para intentar completar el objetivo: llegar a casa con ganas de más, y mañana será otro día.
Hoy me retiré, y al mismo tiempo no, como si fuese el corredor de Schrodinger. Como era Nochebuena y en casa habría faena y ganas de estar en familia, salí temprano para luego tener el día disponible. Pero tras los primeros kilómetros de tregua empezó a llover fuerte, muy fuerte, y yo estaba bajo las nubes con un chubasquero de bici sin capucha, y tiritando. Me desvié hacia el monte para ver si en las zonas más boscosas se disimulaba algo el aguacero, pero fue peor todavía porque bajaban auténticas riadas por todos los caminos. Tiré de fuerza de voluntad, pero sentía que me estaba volviendo a poner malo, y que esta vez el resfriado iba a ser gordo. Y además iba muy lento y con las piernas fatal. Así que me dije a mí mismo, «hasta aquí», y me volví a casa. Llegué con 17.4Km, y ya me costó que fuese así. Ya daba el reto por abandonado cuando, mientras hacía los últimos recados navideños caí en que podía usar el comodín de fragmentar la sesión y completar por la tarde los casi 7Km que me faltaban, pero dudaba de si tendría tiempo. Gracias a que RL estuvo trabajando duro en casa y a que me animó, luego pude, efectivamente, robar un ratito para vestirme el traje de aguas y retomar el asunto. Curiosamente, a la tarde no me cayó ni una gota.
Un poco culpable por no ayudar más en casa en este día de Navidad, me puse con el entreno a media mañana. Metí bastante asfalto, incluso por la carretera nacional, procurando que fuera una sesión tirando a fácil y rápida en la que poder mantener un ritmillo lento pero constante, pero reconozco que en un par de tramos las piernas me pusieron en mi sitio diciéndome como al Lute: camina o revienta. Incluso así llegué a casa contento por haber safado la lluvia y haber salvado otro día. Aunque quedaban los días más duros, pero llegados aquí el final ya se veía cerca.
La vía verde do Salnés en lugar del Camino de Santiago, y entretenido con un podcast de Kapital en lugar de con mis pensamientos. Salvo eso, día muy similar al anterior, de querer rodar, pero con un cuerpo que pedía ritmos lentos, pausas y, sobre todo, descanso. En casa le metí ración doble del recuperador de 226ers (el de fresa, que está rico de carallo), y estiré un buen rato. La acumulación de jornadas largas ya iba pesando en las patas.
Tiempo hacía que tenía ganas de darle una vuelta al embalse de Caldas. Aproveché la tirada larga de hoy para revisitar un par de zonas que tenía algo olvidadas y para trotar junto al agua. Algunos de los caminos estaban algo cerrados y fui buscando alternativas. Además, el sol, ese viejo conocido de los gallegos, llegó a asomarse por momentos. Así que fui bastante contento y entretenido. Ahora bien, menos mal que la cabeza estaba ocupada porque físicamente daba peniña: sin fuerzas, con dolores en las rodillas y las caderas, y con el pie derecho sufriendo porque a media sesión se me rompió la suela de la zapatilla e iba con una pisada forzada (¡la mierda de la frikada de despedirme de cosas viejas!). Otro día de los que llegar a casa habiendo completado lo requerido ya fue un triunfo.
Soy algo tonto, eso está claro. Si ayer fue la zapatilla, hoy salí con unos calcetines de la época de Matusalén, que se agujerearon en la primera media hora, y me salió una rozadura importante en el talón. Eso, sumado a que estaba fundido y reventado por todas las esquinas, resultó en una salida lenta, renqueante y pesada. Me consolaba pensando en que todo el rosario de molestias era normal ya que llevaba más de 400K en el mes… tras llevar meses casi sin entrenar a pie. Pero de poca analgesia psicosomática me sirvió y en los últimos kilómetros solo pensaba en comer y descansar.
Se confirmaba que hasta el rabo todo es toro. Y que si cargas, cargas, cargas, y no descansas, en algún momento revientas. De hecho la jornada se me hizo larga y penosa: dolores múltiples, más momentos de caminata de lo que quisiera, y salvando el día por simple fortaleza mental (sería porque esa faceta sí que la entreno mucho en el día a día, incluso en el trabajo). Al llegar a casa tuve que darme unas friegas en Flogoprofen o no era capaz ni de subir las escaleras para ir al dormitorio.
Parecería mentira siendo el penúltimo día del challengue, pero juro que cuando empecé el día no veía nada claro el futuro inmediato del reto. Una sesión dura, bastante dura. Y en los primeros minutos me encontré el camino cortado por una cinta que salté… y un poco más adelante me salió la Guardia Civil preguntando si había pasado por allí, cosa que, por supuesto, negué. Luego la borrasca se intensificó, y también los dolores articulares, tanto que incluso notando la musculatura más o menos entera me impedían trotar… ¡y casi moverme! Tenía un bulto en la cadera derecha que me hacía temer por una hernia, con un dolor que irradiaba al muslo y al glúteo, y llegó un momento en que la pierna se me quedaba rígida. Si me ponía el Buff a modo de parche en el ojo parecería un pirata con pata de palo. Paré a descansar un par de veces, tomé todo lo que llevaba en la mochila y, mal que bien, conseguí volver a casa. Aunque sonaba a lesión, estuve el resto del día intentando reparar los daños… y caminando como Robocop.
En navidades siempre ponen en la cumbre del Xiabre un belén entre las rocas. Desde el primer día de este reto tuve claro que, si llegaba al final, la última sesión sería ir a visitarlo. Así que este último día del año salí de casa antes del amanecer, animado pero bastante desconfiado con el recuerdo del día anterior, pensando en cuando llegaría la crisis. Así que chino-chano, controlando el esfuerzo, fui avanzando, metiendo kilómetros y desnivel pero con ojo. En la parte alta se notaba la fuerza del vendaval que entraba por la ría de Arousa. En algunos momentos el viento era tan fuerte que no dejaba avanzar e incluso amenazaba con tirarme. Al llegar a las antenas disfruté un rato de las figuritas navideñas y de las vistas, pero no mucho tiempo por miedo a que me cogiera el frío. En la bajada no me encontré tan mal como esperaba: la cadera se mantuvo a raya, y la ilusión de estar acabando el reto también me dio energía. Llegar al último día del reto con una salida de unos 1000m de desnivel positivo, y en la que reencontré sensaciones de mi época más trailrunner, era algo que no imaginaba el mes pasado ni de coña. ¡Trabajo hecho!
Tradición, acto social y lúdico, ritual deportivo… La San Silvestre de Pontevedra es una de esas citas ineludibles, y más este año que era la primera en familia. Total… con los números que me estaban saliendo esa semana ya daba igual unos kilómetros más o menos. Daban lluvia justo para la hora de salida, y acertaron: estaba empezando a salir la cabeza de carrera (los que corren de verdad), cuando empezó a caer ¡y de qué manera! Arreció durante todo el recorrido por la ciudad y RL y yo nos pusimos echos una sopa, no así el peque que, con la funda plástica de su silla decorada con leds navideños y el saquito interior, llegó sequito y calentito. Lo pasamos bien por participar un año más en la fiesta, pero lo malo fue no poder hacer la típica quedada posterior, ya que todos nos fuimos rápido a casa para ducharnos y cambiarnos y no pillar una pulmonía. Con la coña sumé casi 5K más… y una nueva mojadura, y acabé mi Sumatorio en ambiente familiar y festivo :-).
Las noches que estoy ocioso en casa (cada vez menos), suelo bucear por los perfiles y webs de deportistas/aventureros como Alastair Humphreys, Leon McCarron, Mark Beaumont, otros «más alternativos» como Beau Miles, y muchos otros (también españoles, como Antonio de la Rosa o Albert Bosch). Me mola porque tienen un puntillo que me gusta, y creo que bastante cercano a mi espíritu y mi forma de entender las actividad física, y porque suelen hacer cosillas divertidas y originales (que no fáciles), de las que sacar ideas.
Pues desde el año pasado vengo pensando en intentar un reto que le vi a Sean Conway: el 496 challengue. El asunto, como bien resume él en su web, consiste en correr 1Km el día 1 del mes, 2Km el día 2, y así, hasta el día 31 en el que acabe dicho mes (porque hacerlo en un mes de 30 días o en febrero es de cobardes… y además no te daría la cuenta para que salgan los 496). Aquí está un resumen de cuando lo hizo él:
La idea me atrajo al momento, pero como estas últimas temporadas no estoy corriendo mucho (ni estoy demasiado en forma en general), y me asustaba un poco el tema de mi medio lesionada rodilla, no me lo planteé. Pero últimamente han coincidido algunas cosas que me devolvieron el reto a la cabeza… y como además quiero aclarar de una vez si puedo recuperar la seguridad al correr (y volver a disfrutarlo), o si definitivamente tengo que pensar en el quirófano (o en mandarlo a la mierda y vender en Wallapop todo el material de running), creo que llegó el momento de probar. Eso sí, yo lo haré respetando los aspectos básicos, pero a mi manera. Por eso, aunque no tengo la pizarra de Sean, sí tengo mis libretas en las que fui perfilando estas semanas mis principios y normas:
Tras aquél Trans Peneda-Gerés, que fue campeonato del mundo pero que tenía una categoría open para chaiñas como yo, en el que tuve mi primer DNF y en el que me rematé de cascar la rodilla, me llegó una pequeña crisis trailrunner. Es normal porque si te duele incluso trotando en plano, si ves que los ritmos y sensaciones son malos, y no lo pasas bien, poco a poco lo vayas dejando. Y más si, como es mi caso, lo de poner un pide delante del otro no es tu deporte de cabecera.
No es que ahora esté mucho mejor, porque más o menos la cosa sigue igual, pero he vuelto a vivir sensaciones olividadas tras un par de años sin hacer un trail de verdad (porque las carreras de orientación y similares no las cuento). El caso es que se celebraba otra edición de la Trans Peneda-Gerés, denominada la carrera de los 4 castillos, y como en ella fue en donde empecé a alejarme del trail, intentar retomarlo ahí me pareció una forma de cerrar el círculo. Llegó a pasárseme por la cabeza ir a una de las distancias medias (105K, 60K, 42K… aunque también había una 165K), pero opté por empezar progresivamente y aprovechar para compartir la experiencia con JV y RF, amiguetes que iban a la de 27K.
En las horas previas a la carrera nos surgen unas dudillas sobre el material obligatorio, en concreto con si hay que llevar la chaqueta impermeable con capucha, cosa que no queda clara en los boletines y el reglamento (contradictorios). Personalmente no lo pienso mucho porque en caso de duda siempre hay que meterlo, y porque total tampoco afecta mucho al ir con poca cosa. Aunque luego, y esto es algo que nunca entenderé y que me pone de mala leche, estaba claro que muchísima gente no sólo no llevaba eso, sino que tampoco el resto de material. Y la organización tampoco se preocupó mucho de controlarlo. Vale que hacía buen día, pero no debería pasar esto: por seguridad (nunca se sabe lo que puede pasar), ni por justicia (unos cargan peso y otros no). En fin, nunca aprendemos.
Los recorridos son lineales, con distintos puntos de salida pero todos con meta en Montalegre, así que el viernes tiramos para allí. A primera hora de la mañana vamos en coche hasta Pitoes das Junias donde se da la salida de nuestra prueba, por oleadas, unos 100 corredores cada 5 minutos. Arrancamos ya bajo un buen sol, en camino cuesta abajo, e inmediatamente por un terreno ondulado con rocas y zonas de vegetación. RF se va un pelín para adelante, y a JV lo voy controlando por el rabillo del ojo para intentar no dejarlo atrás. Pero al rato ya parece claro que no vamos a ir juntos, así que me pongo un ritmillo mi bola. Aparecen los primeros senderillos, y un despiste nos quita un momentillo del camino correcto, aunque pronto volvemos al encintado, y en 4Km llegamos a las escaleras de madera que van al mirador de la cascada de Pitoes, y la primera subidilla con algo de entidad, que pronto se convierte en una bajada ancha de las de soltar zancada, la cual acaba en el Km 8.5 en un punto donde se cruzaba la carretera y había algo de público.
Justo después, en la primera bajada empinada y con algo de complicación, me engancho en no-sé-qué y antes de que pueda darme cuenta, pataplún: me caigo por un escalón y me golpeo contra unos árboles. Resultado: un impacto con un par de cortecillos en mi no depilada pierna, un golpe en el brazo y el hombro, y un buen susto (aunque el tío que venía detrás creo que se asustó más por la cara que puso cuando me ayudó). No paro apenas porque en breve llegará el avituallamiento del PK12 y ya haré allí balance de daños Sin embargo al llegar a ese avituallamiento de Travassos no me doy cuenta de que no se pueden coger la comida directamente por tema COVID (había que pedirla), y le echo la mano. Me riñen, con razón, y por vergüenza no me quedo allí casi nada y tiro.
El siguiente sector era el más rodador, pasando por las aldeas de Sezelhe y Cambeses, y fue donde más se notaron las molestias de la rodilla y la falta de forma. Justo cuando llevábamos una media maratón, apareció una petada que hubo que tomarse con mucha calma (en realidad no podía yo tomármela de otra forma, ni aunque quisiera). Subía a la capilla de N.S. das Treburas, lo que no deja de tener gracia, ya que para muchos sí que debió suponer auténticos temblores (no quiero imaginar los de las cien millas). Lo bueno es que al coronar ya se veía allí al lado Montalegre, y sólo quedaba acercarse por pistas, una subidilla boscosa muy chula, y bajar directamente al pueblo, gastando ya las fuerzas que quedasen. En los metros finales había ambientillo, tal vez demasiado en época de pandemia. Esa presencia de público fue la que hizo que mucho no caminásemos en el la empinada alfombra del arco de meta: intentar no quedar mal con la peña da más fuerzas que un gel.
RF ya había llegado un rato antes, y JV y su colega SM llegaron un rato después. Así que todos con el objetivo cumplido. Por mi parte, satisfecho con los 25.5Km y 1150mDa+, en las 3h23min que me salieron, pese a otros problemillas y sensaciones, porque suponen volver al ruedo sin sufrir demasiado. Lo que toca es intentar mantenerse un poco y disfrutar de estas cosas. Y, sobre todo, de los viajecillos y las comidas/cenas posteriores con los colegas.