Tras los parones y los bajones es complicado volver al ruedo. En esos momentos es fundamental que te pique el gusanillo de hacer algo (no necesariamente una carrera), o que algún amigo te tire del aire para ver si arrancas. En este caso un par de amiguetes iban a ir al Trail do Castelo, 1ª prueba del Quiroga Trail Challenge, y me animaron a apuntarme. Había escuchado que la prueba es durilla, y además ellos se anotaban a la intermedia, así que allla fui: para el ultra no estaba, pero intentaría el trail.
Tiramos para Quiroga los tres AV, SM y yo (porque el gran FA al final fue por otro lado), para llegar el viernes con tiempo de ver el ambiente y cenar tranquilos. La maleta iba cargada de ropa porque las condiciones meteorológicas estaban de lluvia y nieve, pero aún así al levantarnos teníamos la misma duda los tres: ¿qué llevar puesto? Toda la noche había llovido, pero parecía que despejaba; la parte alta estaba con bastante nieve, pero en la baja seguro que sobraban capas. Personalmente no me compliqué la vida: a los ritmos percherones en los que yo me muevo, llevar un kilo más o menos en la mochila no marca diferencias. Así que mejor que sobre a que falte.
Todavía de noche nos ponemos en el arco de salida. Le digo a AV que al principio voy a procurar ir de último, y así hago pero literalmente. De hecho, el primer kilómetro voy conversando con RV, amiguete al que hacía tiempo que no veía porque se embarcó en un viaje hasta Nepal en bicicleta, y que va de corredor escoba. La intención era salir muy tranqui, conservar, y procurar adelantar para irme animando.
Primeros kilómetros por asfalto, cruzando una aldeita en ligera subida, y llegamos al monte. Primero caminos y pistas, más subiendo que bajando, con las primeras mini-petadillas. Después pillamos un senderillo por el cauce de un fresquito río que tuvimos que cruzar una y otra vez. En esta zona trasera hay bastante atasco, y además al estar todavía más embarrado que para los de cabeza, hay gente que le cuesta progresar. Yo también tengo problemas de tracción porque no llevar el calzado adecuado, pero voy avanzando. Participan un grupo abundante de canarios, y van flipando con el terreno y con lo de cruzar el riachuelo: nos reímos, y así van pasando los metros.
Salimos del cauce, ganamos altitud, la volvemos a perder, y llegamos a una zona de subida con pista ancha y más corrible. Ahora la nieve ya es abundante. En la zona alta todo es blanco, hay ventisca, y no se ven las marcas ni la huella del que te precede. Durante un rato sopla por la parte izquierda y la sensación es mala, así que decido apurarme un poco, para salir de allí cuanto antes y para entrar en calor. Tanto apuro que… ¡zas!, resbalón y culada contra una piedra. Una caída seca de esas en las que notas que estás gordo porque vibran las chichas… y hasta el terreno vibra. Me levanto medio mosqueado, pero no hay daños graves. Empieza la bajada y al rato la nieve ya es menos profunda. Otra zona de caminitos y de barro, y en una rampa de lodo propia de Humor Amarillo me vuelvo a deslizar con el pompis pero con mucho arte. Estábamos por la mitad de carrera, donde se separaban los del ultra.
En la parte central estaba el recorrido que esperaba al venir al Courel: caminos con losas de pizarra, alguna pista ancha, atravesar un par de aldeitas, mucho verde y agua,… Había un trozo grande bastante favorable, que permitía trotar (porque yo para correr no daba), en el que nos iban cayendo copitos de nieve, y que dejaba a nuestra izquierda una bonita cascada. Momento para disfrutar. Aunque no duró mucho, porque otro trozo picando hacia abajo, y unos kilómetros más adelante, mega-bajada, tunel, y mega-subida, y para rematarla el camino llano posterior tan embarrado que tocaba un poco los huevos. En este tramo hice algo raro, porque perdí las marcas un momento, retrocedí, volví a donde estaba, y me encontré un corredor. ¿Pensé que iba mal e iba bien? Todavía no lo sé ahora.
A lo tonto, llega el último avituallamiento. Avisan de que queda una subida dura, pero no me preocupa mucho: no voy tan destrozado como esperaba, y además no tengo prisa. Echo en falta los bastones, pero pensando dos chorradas ya me pongo arriba. Desde esa zona alta, un par de repechos por pista de gravilla, ya con Quiroga a la vista, una larga bajada con tramos rotillos, y llegamos al Castillo y el Camino de Santiago. Parecía que ya llegabas, pero quedaban unos kilometrillos en falso llano, para volver a mojar los pies y rematarte las piernas, que desembocaban en la aldea inicial. Vamos, que un par de kilómetros y estaba la meta. Las piernas no quieren trotar por el asfalto, y aprovecho para parar a echarle una mano a un discapacitado que no podía abrir el paraguas desde su silla de ruedas. Mientras hablo con él, veo que vienen dos corredores a unos segundos. Me entra el orgullo, y troto hasta meta para que no me pillen. Eso sí, cruzo el arco, y directo para la AC para ducharme porque el destemple era considerable.
Misión cumplida: acabar. Sinceramente, 45.4km con 2600mDa+, terreno complicado y bastante nieve, en 7h25min, y tal como están siendo estos meses de bajón, es mejor de lo que esperaba.
La carrera es durilla, por el terreno y por los condicionantes, de esas que después en las redes sociales la gente califica de épica (why?). La organización no estuvo mal, aunque el marcaje se podría mejorar, y tengo alguna duda respecto de cómo tenían de atada la seguridad. Por cierto, no voy a entrar en si el ultra se debió celebrar o no, pero no me hizo mucha gracia que el propio speaker bromerara con lo del material obligatorio: muy pedagógico desde luego no fue.