No soy muy de series de televisión. De hecho, aunque sé que existen, no he visto ni un capítulo de las típicas series que todo el mundo comenta: Juego de Tronos, Breaking Bad, Perdidos… Tampoco he visto El juego del calamar, pero sé de qué va. Y sé que la gente de Ingrávidos (un podcast sobre trail running en Radio Marca), el año pasado empezó a organizar una versión para corredores del juego sobre el que gira esa ficción. Un juego sencillo pero simpático y motivador.
Cada semana ponen un reto, en términos de distancia/desnivel/número de sesiones, que anuncian tanto en el programa como en su club en Strava. Los que lo cumplen siguen vivos, mientras que los que no lo hacen quedan eliminados. La pasada temporada no pude participar porque llegué tarde, pero esta me animé, simplemente para ver a qué semana llegaba, y me lo pasé muy bien. El resultado fue éste:
Semana 0. La prueba para acceder al juego era casi testimonial: hacer 5K, fuese como fuese. Yo como estaba algo verde, empecé con 9.2Km planitos y muy revirados por la senda del río Gafos, y sólo con eso ya estaba dentro.
Semana 1. Había que hacer 12Km con un mínimo de 500mDa+ en una única tirada. Ajusté bastante y con una sesioncilla de 14.3Km y 520Da+ pasé la primera fase.
Semana 2. Igual que la anterior, pero subiendo el kilometraje a 18. Estiré algo más la distancia, manteniendo el desnivel, y con una salida de 22.2 y otra vez 520Da+ (en parte acompañado del colega JV), cumplí con lo que se pedía.
Semana 3. Se pidió llegar a 25Km y 2000mDa+ en dos sesiones. La cosa empezaba a complicarse, más que por una cuestión de forma física, porque a los que vivimos al nivel del mar y con poca altitud alrededor nos cuesta sacar esos desniveles, salvo que sea haciendo intencionadamente recorridos sube-baja. A mí me supuso hacer dos salidas zigzagueantes, de 25.9Km y 21.5Km, con poco más de 1000mDa+ cada una, que el Strava computó a la baja, aunque aportando las métricas que daba Garmin (las que llevaba in situ), se aceptaron por «los jueces». Vamos, que salvé la vida por poquito.
Semana 4. Volvíamos a la mono-salida, pero para hacer 15Km con 800mDa+. Le hice una visita al Monasterio de Armenteira, y volví a casa con los deberes hechos: 22Km y 870mDa+.
Semana 5. Subieron tanto la distancia como el desnivel necesarios para sobrevivir: 25 y 1200. De nuevo voy sobrado en distancia, con 28Km, y más justo en desnivel, con casi 1300mDa+, pero con todas las coñas el retito me sirve para ir mejorando un puntito.
Semana 6. El formato fue algo novedoso, porque se pidió sumar 50Km en la semana, en las sesiones que fuese, pero cada una de ellas debía tener 300m de desnivel como mínimo. Para mí era semana de carrera, así que el miércoles hice una salidita de 9Km y 360m, por activarme un poco, y el sábado participé en el Ultra trail Cerveira, en el que cayeron 45.6Km y 2600mDa+, como conté aquí. Así que esta semana de desnivel fui sobrado.
Semana 7. Mismo sistema de la semana anterior, pero ahora para llegar a 55Km y 350mDa+. Las patas andaban cargadillas, así que mi estrategia fue repartir bastante la carga para asegurarme de seguir vivo un poco más. En esta ocasión, fui justito: tiré de tres sesiones (de 12, de 22.3 y de 21.2Km), con desniveles modestos (400, 550 y 500mDa+, respectivamente).
Semana 8. Empezaban las palabras mayores, especialmente para los que sólo corremos algún que otro día y practicamos otros deportes. Mantenerse en pie costaba acumular 100Km, en los entrenos que fuese y sin importar el desnivel. Contaba con poder hacerlos, pero el miércoles, cuando sólo llevaba 21K corridos, empecé a encontrarme mal. El jueves llegué a casi 40º de fiebre y me dolía todo. Aun así, pensé en salir «para sumar», aunque fuese poco, pero los escalofríos y el malestar aumentaron y tuve que pasar unos días prácticamente encamado. Estaba fuera del Juego del Calamar. Dead. Game over.
Pese a no llegar muy lejos, me lo pasé bien con la tontería esta, especialmente porque tampoco me importaba mucho. Que, por cierto, una cosa que me llamó la atención es que había algunas personas en Strava que se medio picaban y protestaban por algunas de las pruebas que ponían (no por las que les iban bien a ellos, obviamente). ¡Chicos y chicas, relajaos! ¡Sólo es un juego, y no morimos de verdad! Algunos/as necesitan ser algo más Gumby, y tomarse las cosas más a cachondeo, creo yo.
Como la rodilla parece que me está dando una tregua, hace un par de meses me planteé probarla en alguna carrereta de trail. Busqué qué había cerca de casa que me pudiese molar, y vi dos cosas interesantes: el Trail Orixes de Mondáriz (en el que había una ultra de unos 60Km) y el Ultra trail Cerveira. Como éste suponía una distancia más asequible, poco más que una maratón, y como a la vecina villa lusa le tengo un cierto cariño… la decisión estaba clara.
El viernes no llegué a tiempo de coger el dorsal porque estuve en casa hasta la noche, así que tocaba madrugar. Aunque más me valdría haber apurado algo más el sueño, porque la secretaría abrió con más de media hora de retraso, que tuve que esperar bajo la lluvia. Afortunadamente, tenía todo preparado y no supuso mucho perjuicio.
Tras los saludos habituales y que nos controlasen el material obligatorio en el cajón de salida (¡olé, así debe ser siempre!), haciendo especial hincapié en el frontal, se dio la salida de las dos distancias grandes. Como es habitual, me pongo al final: prefiero adelantar que ser adelantado. Junto a la iglesia de Vila Nova da Cerveira nos metieron por un paso subterráneo para salvar la carretera y en seguida a subir a chupe por un pequeño sendero hacia el famoso mirador del dintel del monte del Espíritu Santo. La combinación de pendiente, niebla y bochorno hicieron que fuésemos sudando desde el principio.
Un poquito de bajada y de terreno ondulado nos llevó por la zona de las Mineirinhas y cerca del Convento de Santo Payo, y nos dejó al pie de un cortafuegos retador incluido, destino el Alto da Pena. Como no estaba muy fuerte y hacía tiempo que no corría así, iba muy conservador de patas y de pies. Eso me permitió trotar con continuidad al llegar a los eólicos y luego en las siguientes bajadas, empinadas y técnicas. Aunque tenía que andar algo al loro con los resbalones, especialmente en las zonas húmedas o con vegetación, porque calcé unas New Balance Nitrel, demasiado sencillas y pisteras para el terreno que estaba encontrando.
Los siguientes tramos fueron autenticamente preciosos: un sendero revirado por el arroyo San Gonçalo y por las canteras de Camaira, más sendero, un canal de aguas, la antigua central hidráulica de Covas… ¡incluso un tunel excavado en la roca! (de ahí que se asegurasen de lo del frontal). Todo ello representado por unos bonitos dientes de sierra en el perfil. Los kilómetros fueron pasando así entrenidos y sin apuro, y no me noté cansado hasta llegar a Sobreiro.
El siguiente subidote, y la posterior bajada al lado de un riachuelo (tan resbaladiza que hacía falta agarrarse a las cuerdas que puso la organización), me hicieron daño. Salí con las piernas templaditas de carallo. Así que en las pistas y caminos hacia Candemil, Reboreda y Nogueira, en general facilonas, no pude llevar el ritmo que me hubiese gustado.
Al llegar a los mólinos de Gávea con casi 39Km, parecía que todo estaba hecho. Pero no. Primero subimos a chuzo desde la propia área recreativa, después pistas y caminos ondulados de tierra en los que tiendes a acelerarte de más, y, obviamente, faltaba subir al ciervo desde la zona de Lovelhe. La primera parte de esa subida era boscosa, por terreno conocido para mí, y la llevé bien; pero la parte final con la solana en la chepa me obligó a respirar hondo y apoyar las manos en las rodillas, y a lazar algún juramento.
Pero bueno, junto ao rei cervo se acababa lo duro, ¿no? Pues claro que no: siempre hay un regalito final. Aquí fue bajar a saco las escaleras de la Encarnaçao y tener que remontar aún un poquito para pasar por una escondida atalaya. Iba ya en modo «gasta lo que quede», así que las últimas pistas y la entrada urbana en el pueblo los hice con cierta dignidad.
Entré en meta bastante satisfecho, con 45Km y 2800mDa+ en 8h 12min, lento, pero ni tan mal teniendo en cuenta la dureza del recorrido, el estado de forma (la rodilla sólo molestó al final), y que hacía tiempo que no me metía en estas distancias. Y cuando me iba a tirar en la hierba a descansar un rato, escuché por megafonía que me llamaban a podium. Supuse que sería un error y le pregunté al speaker, pero me confirmó que estaba correcto. El caso es que había entrado 2º en M45, porque se ve que tenían varias categorías de vejetes. Casi me dio la risa: mi primer trofeo en trail running, y llega así de esta manera, inesperadamente. Como el amor.
Este año el Trail World Championship, usease, el Campeonato del Mundo de Trail de la IAAF, está organizado por el vecino Carlos Sá, aquí al ladito (a menos de 2 horas de coche), e incluye un par de open races, 16K y 55K, para que puedan ir a participar las personas normales.
Más que una mini-crónica de esas mías en las que no cuento más que obviedades, aquí llega una simple valoración. Carrera bien organizada, recorrido muy chulo y variado (una especia de C invertida desde Entre-Ambos-Os-Ríos y Arcos de Valdevez), entorno flipante como siempre en la zona del Xurés-Gerés, y la gente de los pueblos de Portugal siempre amable. A los pro en su carrera de 85K parece ser que también les gustó, y además a España no le fue mal. Yo, no fui bien en ningún momento: desentrenado y falto de forma, pasado de peso, y con la rodilla dando la lata. Tan lento iba, que al llegar al kilómetro 40 se me hizo de noche, instalado en la cola de carrera, y en Anta do Mezio la organización nos cortó (dije que quería seguir aunque fuese fuera de carrera, porque solo quedaban 12K, pero nos dijeron que no, que iban a retirar el balizado y el personal de los cruces). Así que con 43km y 2800mDa+ en las patas, pero en un montonazo de tiempo, ha llegado el primer DNF de mi vida, por cuestiones de reglamento, pero ya está aquí.
A todo porquiño, por mucha fama que tenga de tanqueta y de tractor (de lento pero fiable), le llega su San Martiño: y el mío esperaba en Portugal en forma de desvirgamiento del retirado (o cortado, o lo que sea). Lo que más me fastidia es que todo se debe a la cabezonería que afloró en un par de ocasiones, una en casa y otra en el extranjero, y que ahora empieza a cobrarse la factura.
Al volver del trail de Quiroga iba pensando en si ya podría correr, pues allí no me encontré tan mal como era de suponer para llevar meses sin entrenar. También iba pensando en las carreras que el año pasado tuvieron que quedar en el tintero, y que este año me propuse enmendar, y recordé que en un par de semanas se celebraba una de ellas: la Carballiño-Santiago. Así que me inscribí, y el día 12 me planté en Carballiño sin saber que iba a pasar.
Con algo de frío y sin frontal, a las 7am salimos de la impresionante Iglesia de Veracruz callejeando unos minutos por Carballiño y cogiendo rápidamente un paseo fluvial. Ya a plena luz pongo ritmo calentamiento por pistas de asfalto rurales, y veo que se van haciendo grupitos. Me junto con un par de portugueses (uno de ellos el compañero de Solopisadas), y llegamos al monte. Primeras rampas, primeros charcos y, tras una larga subida recta de asfalto, llega el primer avituallamiento.
Ahora el recorrido ya es de monte, subiendo y bajando pero sin petadas y con terreno fácil y disfrutón. Me quedo solo, y al estar ya algo altos, disfruto de las buenas vistas; además como el terreno no exige concentración, me entretengo observando un par de explotaciones ganaderas y forestales. Tras una pista en bajada, aparece el siguiente control a la altura de Dozón. El voluntario me ofrece un bocata… ¡de pechuga empanada! Pillo uno, hablo un momento con RL, que me sigue por todos los avituallamientos (¡una santa!), y tiro tranquilo reservando fuerzas en todo momento.
El siguiente tramito es algo feo, paralelo a la autovía, pero se compensa rápidamente con unos senderos y caminos bien metidos entre vegetación, bastante más entretenidos y con algo de desnivel. Al pasar una aldeita llamada Zudreiro llego a un cruce y no hay cintas. Antes de salir tuve un problema con el GPS de muñeca, así que saco el Foretrex del bolsillo (lo llevaba ahí por si acaso), y resulta que tampoco marca el track; sospecho que el archivo debía estar chunguillo y por eso los dos fallaron. Para no arriesgar, cojo el teléfono y llamo a la organización: me dan indicaciones, deshago un cachito pequeño y ya estoy de vuelta en el circuito… y en el control, porque estaba allí al lado.
De aquí en adelante seguiríamos las marcas del Camino de Santiago por la Vía de la Plata. Sigue el terreno en sube-baja typical Galician, y la filosofía de ir guardando fuerzas. En un tramo coincidente con la N525 a la altura de Lalín, otro avituallamiento… con croquetas y tortilla. Sin palabras. Me detengo un ratillo, pero el cuerpo pide seguir, no sé muy bien el porqué, ya que los siguientes kilómetros se me atragantan un poco. Al pasar junto al polígono industrial de Silleda noto molestias en la rodilla, adelanto al único peregrino que vi en todo el día, y en los pocos kilómetros que restan hasta el pabellón de esa localidad (donde estaban las mochilas intermedias que transportaba la organización), empiezo a cojear. Menos mal que las rosquillas que tenían me insuflaron fuerza de voluntad, porque sino me quedaba allí ya.
Luego llegó el momento chungo que siempre hay en todas las carreras: sol, terreno planillo, dolor en la rodilla, mucho asfalto (incluso cruzamos Bandeira por la acera),… Tocaba aguantar, porque en los llanos me dolía, y en las bajadas más aún. Tuve que caminar donde no debía, y empezar a lidiar con el replanteamiento mental: una, porque se esfumaba la previsión de las 12h, y otra porque reaparecía el fantasma del último UTMB. La organización puso un avituallamiento en una pista anónima en medio de fincas, y reconozco que llegué allí algo preocupado. Pero había margen de tiempo, así que postpongo la decisión otra etapita.
El recorrido cada vez más soso, y el corredor cada vez más tocado: resultado, que el ritmo descendió enormemente. El porcentaje de asfalto cada vez es mayor, y aún por encima la empinada bajada para llegar a Ponte Ulla me remata la rótula. Pero como la poción mágica en los cuentos de Asterix, aparecen las lentejas (umm, bueno, y un antiinflamatorio), para darnos un rato más de cuerda. Sentado a la mesa del bar donde estaba el control, y avituallando en plato de porcelana, pienso que sólo quedan 20-y-pico kilómetros hasta Santiago, así que aunque sea más caminando que trotando, hay que acabar.
Ahora vamos ya todo el rato en dirección NW, con unas largas subidas tendidas que tengo que hacer a marcheta. Poco a poco las pistas de asfalto le van ganando la partida a las de tierra y los senderos, y el sol se va poniendo. Cruzando aldea tras aldea, llego al último avituallamiento, Susana se llamaba (el lugar, no la voluntaria). Saco el frontal, porque ya llevaba unos minutos con algo de oscuridad, reposto algo, y directo para la capital. De noche hay que andar más pendiente de la señalización, pero al ir tan lento no hay problema. Por momentos ya se ve el skyline de Santiago, así que mentalmente voy haciendo cálculos. Una larga y oscura subida de tierra, nos deja en la tristemente conocida zona de Angrois, y desde allí sólo hay que callejear por el extrarradio y por el centro de la ciudad. El último kilómetro es por el centro, y es sábado por la noche, así que hay que ir de friki esquivando gente para poder entrar al trote en el Obradoiro, como debe ser.
Allí sentado, compruebo el juguete: 102.2km con 2800mDa+ (algo más de negativo), en 14h38min, y un sensación extraña, pues iba bastante bien de fuerzas… y no podía correr. De coco muy bien, y eso que fui solo casi todo el tiempo, aunque reconozco que no lo pasé bien del todo porque la segunda mitad del recorrido me agobió bastante (demasiado de mi odiado asfalto), y porque comprobé que la rodilla fastidiada el verano pasado sigue mal pese al «largo descanso».
Resumiendo, una buena forma de pasar un sábado entretenido es ir a esta carrerilla, humilde pero organizada para mimar al corredor; sólo se le podría pedir que pusieran alguna cinta más en la primera parte del recorrido, o que se aclarasen ellos mismos con «el concepto» detrás de la prueba (personalmente me importa bastante la filosofía detrás de los eventos, y esas contradicciones con la competitividad o las normas del reglamento, no me gustan nada). Aún así, recomendable para quien quiera un ultra sin dificultad técnica, corrible al 100% si se tienen fuerzas, y con amables voluntarios.
Ni ir de García Márquez de palo, ni de hacer un clickbait fulero con la intriga de si acabé o no, porque el final de esta crónica ya es sabido al saber lo del chaleco. El título de esta entrada va de que unas horas antes de la salida, sabía lo que iba a pasar: no los detalles de la trama, pero sí el guión general.
Salvo en lo que se refiere a la elección de material, que la tenía muy clara gracias a la experiencia de un par de años antes, el día no lo empecé muy centradito (ni la semana). Ultimé la mochila, las cosas para que RL llevase a las asistencias, la bolsa de Courmayeur para la organización, intenté desconectar, y me forcé a comer pasta como un gocho. En la sobremesa tiramos para el centro, para esperar por allí tirados en algún césped. A última hora se me ocurre, para reducir el tiempo de cocimiento de pies dentro de las zapatillas, ir en chanclas… y por improvisar llegué a la zona de salida con rozaduras. Otro ejemplo de la hábil toma de decisiones de este verano.
Tras despedirme de RL, a la que también le esperaba un buen curre con el tema de desplazarse a las asistencias, me voy para el corralito. En cuanto me quedo allí solo la dura realidad me aplasta el cerebelo: «¿qué cojones haces tú aquí, escaso de motivación y carente de entrenamiento, sin posibilidad de acabar, al menos dignamente?; con el buen sabor de boca que te había quedado, ¿por qué vas a estropearlo?» Y lloro. No una lagrimilla que se escapa por lo emocionante del momento, algo habitual en la zona trasera en cuanto suena La Conquista del Paraíso: no, llorar de pena y de rabia. Pero ya está: hasta donde se pueda, y punto. El contexto y el momento acaban arrastrando los pensamientos negativos, así que cuando se da la salida, tras los primeros cientos de metros en los que solo puedes caminar atropelladamente mientras buscas una mirada familiar entre el público, me pongo en modo ultra e intento trotar.
Primeros kilómetros hasta Les Houches, conocidos, planos, por asfalto y buena pista de tierra. Pasan rápido, calentando las patas y el coco. En la primera «chincheta» del día, Le Delevret, camino en cuanto se pone algo dura la subida. Los tiempos de corte dan miedo, pero no puedo gastar ya ahí lo poco que tengo. Y aunque siempre he penado más subiendo, hacia Sant Gervais veo que la rodilla no aguanta bajando. Intento hacer un trote con el menor bote posible para minimizar impacto, pero sin parar porque solo voy con 45 minutos de margen.
Me aprovecho de las luces de los demás para no sacar el frontal hasta la asistencia de Les Contamines, a la que llego con unas malas sensaciones brutales, y sólo iban los 30 primeros kilómetros: además de las obvias por falta de forma, no soy capaz de comer y beber bien (y eso que normalmente soy una draga). Le cuento a RL que preveo problemas, me anima, e intento cumplir. Me abrigo, avituallo, y tiro. El recorrido empieza a meterse ya en buena faena, primero por la chula zona de Notre Dame de La Gorgue, donde siempre hay un ambientazo animando, y luego ya subida empinada y con tramos rotos y algo de nieve hasta Bonhome, para en cuanto llegas bajar a Les Chapieux.
Paro un buen rato en ese control, porque sé lo que viene a continuación: subida continua por asfalto, y luego por un sendero en zigzag hasta el Col de la Seigne. Me había prometido «no comparar» con mi otra participación, pero es imposible no hacerlo: hace dos años había llegado hasta aquí en mucho menos tiempo, fresco y de buen humor, y ahora… mejor ni pensarlo. Subo lentorro, pero subo, y al coronar y entrar en Italia aparece la primera variación importante del recorrido respecto a 2015: el Col de las Piramides Calcaires. Bonito, sí, pero un tramo algo pestoso de piso, que te mete unos subidotes del copón para luego bajar de nuevo a la traza clásica. La rodilla ya va hinchada y duele, así que en el puesto de socorro de Lac Combal, ya de día, pido un antiinflamatorio, y sin determe intento seguir progresando, con una sola cosa en mente: cuando llegue la bajada desde el telesilla a Courmayeur, voy a flipar.
Y así fue. Caminando, apoyando la palma de las manos en los bastones antes de cada escalon, mordiendo el labio del dolor… Pero, oye, estaba en Courmayeur: muy justo de margen y jodidillo, pero estaba, y la mañana anterior no apostaría un duro por ello. Le cuento la película a RL, y aunque es el punto ideal para retirarse, en ese momento no me apetece: ya que había hecho casi todo mal, me salió el necio que todos llevamos dentro y me dije, de reventar, reventemos bien. Así que me fui a la enfermería a pedir otro AINE y, flipemos con esta organización, me dicen que no pueden, que les consta que me dieron uno hace 3 horas, y es muy pronto. El caso es que me tomo mi tiempo (45 minutos estuve allí): descanso y papo bien, que el estómago ya funciona en su estado tragadera habitual, aunque no cambio ropa ni calzado (la carrera completita se zamparon las mismas Brooks Cascadia), y vuelvo a la carrera, consciente de que en parte es un error seguir (total uno más ya qué más da).
El siguiente tramo para mí es el más bonito del recorrido: subida dura dura hacia el refugio Bertone, luego terreno más llevadero hacia el Bonatti, y bajada tranquila hasta Arnuva (donde sí que repito pastilla, aunque ya se ve que el asunto de la rodilla no va a remitir sino ir a más, como no podía ser de otra forma con el tute que está recibiendo). Y ahí llega el coloso, el puto Grand Col Ferret, que en los vídeos es precioso, pero que a esas alturas se te hace bola (se llega con 100km y 6500mDa+ ya en el cuerpo). Eso sí, la bajada siguiente mola mucho, y tiendes que tener cuidado de no envenearte porque al principio es muy fácil, y también por dejarse llevar un poco por la euforia (mucha bajada por delante, superar la centena, entrar en Suiza…).
El haber corrido con algo menos de molestias el último descenso, supongo que por soltar la zancada y no tener que ir reteniendo, me anima mentalmente. Entro en el control de La Fouly con idea de descansar un buen rato y reordenarme, pero la sensación de ardor en los pies y de dureza en los muslos me dicen que si me siento la cagué: no me despegarían del banco ni con espátula. Así que en plan pro, apenas paro a tomar algo y sacar el mp3 porque sé que a partir de ahí voy a necesitar acompañamiento emocional: en mi opinión lo decisivo y lo fastidiado de la carrera es este último tercio.
Para llegar a Champex-Lac hay otra subida jodidilla, así que voy guardando un pelín. De hecho, flipo con el hecho de que voy medio regulando porque me sé el recorrido perfectamente, y eso que solo pasé una vez por él (y varios tramos de noche). Será el efecto Gran Hermano, que las vivencias intensas se magnifican y por eso lo tengo grabado, o serán las horas de Youtube. El caso es que llego al pueblo reventado de mecánica y con el motor sin fuerza… pero le había ganado unas horas a los tiempos de corte. Así que reposto, descanso unos minutos y hablo con RL del tema. Por cabezonería, porque razones lógicas no había, me digo: vamos a ir hasta Trient, aunque sea caminando todo el rato, y allí decidimos. Lo que traducido al lenguaje de la sinceridad venía a ser: vamos a penar hasta Trient, y si no peto del todo en el camino, seguiré porque no voy a retirarme a 30km de meta mientras haya posibilidad de llegar. Podría argumentar que quería ver el tramo nuevo que habían puesto antes de Bovine, pero sería mentira (por cierto, tramo chulo pero que se las traía, y más de noche).
El caso es que no sabría decir qué es petar del todo, porque entré a Trient peor todavía de lo que esperaba: destemplado, vacío por dentro, con tirones, los pies no me atrevía a destaparlos, y un bulto en la rodilla. Me acerco al servicio médico (nunca los uso, y este finde repetí). Me tumban en la camilla, me explora la pierna y me dice que no debía seguir, cosa que ya sabía yo desde hacía no sé cuántas horas. Le respondo que me jode retirarme tan cerca de Chamonix, y el médico insiste. Pero, ¿qué dice un buen español? ¡Pues claro! Que nosotros somos íberos de pelo en pecho, brutiños y cabezones. Así que el tío, nada ofendido por llevarle la contraria porque allí este tipo de conversaciones deben ser de lo más normal, llamó a un fisio y le dijo que hiciese lo que pudiese para que yo siguiera. Me dio otra pastilla de Iboprofeno (nunca hagáis esto, chicos: no es aconsejable), un masaje con crema antiinflamatoria, y me amañó los esparadrapos funcionales que ya llevaba, y vía.
De aquí a Chamonix fue un suplicio. Prácticamente todo caminando, y cuando trotaba era con un estilo y un ritmo muy triste. La cabeza dando mil vueltas, evadiéndose en la subida a Catogne, maldiciéndose a sí misma en la bajada a Vallorcine, y subiendo a la Tete Aux Vents flojeando y patinando ya la neurona. De esos momentos en que piensas si todo eso vale la pena. Los últimos 10km de bajada hacia Chamonix iba desquiciado por lo rara de la situación, como de quedarte fuerzas pero no poder usarlas. En estos últimos tramos hace un par de años adelantaba cadáveres de una forma alucinante, y ahora me pasaba a mí gente caminando. Sólo miraba el reloj para ver si me daba tiempo de entrar antes del cierre.
Cuanvo vi la civilización obviamente tuve un subidón, aunque maldecí por lo bajinis al que decidió que esta vez teníamos que cruzar la carretera por un paso elevado de andamios, y cuando llegué al paseo del río y todo el mundo empieza a aplaudirte, todavía más subidote: estaba hecho. No sé que neurotransmisor es el responsable, pero los últimos metros suelen ser siempre de anestesia: no te duele nada, la mochila no pesa, y sacas fuerzas para entrar en meta corriendo o, en mi caso, simplemente intentando trotar (en parte supongo que por vergüenza).
Acabo otro UTMB, éste con más de 168Km y de 11000mDa+, en poco más de 42 horas, y tengo rostros familiares esperándome en meta. Un sueño para muchos, una sensación agridulce para mí: tengo otro chalequito para fardar por ahí, pero no estoy contento. No debí haberme inscrito, no debí vaguear los primeros meses del año, no debí pasar de Courmayeur, etc. Pero me pudieron el ansia, el querer compartir la meta con RL, la descompensación entre fortaleza mental y física, el contexto… No se cumplieron los objetivos habituales, y sé que esta prueba ha hipotecado mis posibilidades de correr en el futuro, y probablemente obligue a pasar por cuchilla. Creo que el balance no es muy allá.
Así que ahora todavía valoro más lo del 2013, cuando disfruté durante la prueba, incluso parando a sacar fotos y hablar con la peña (se fueron en ello 2h tranquilamente), y acabé «fresco» y satisfecho, sin lesiones. Pero este año no. Y lo peor de todo es que estaba cantado. Doble finisher en la Sommet Mondial du Trail: veremos a qué precio físico y mental.