Ni ir de García Márquez de palo, ni de hacer un clickbait fulero con la intriga de si acabé o no, porque el final de esta crónica ya es sabido al saber lo del chaleco. El título de esta entrada va de que unas horas antes de la salida, sabía lo que iba a pasar: no los detalles de la trama, pero sí el guión general.
Salvo en lo que se refiere a la elección de material, que la tenía muy clara gracias a la experiencia de un par de años antes, el día no lo empecé muy centradito (ni la semana). Ultimé la mochila, las cosas para que RL llevase a las asistencias, la bolsa de Courmayeur para la organización, intenté desconectar, y me forcé a comer pasta como un gocho. En la sobremesa tiramos para el centro, para esperar por allí tirados en algún césped. A última hora se me ocurre, para reducir el tiempo de cocimiento de pies dentro de las zapatillas, ir en chanclas… y por improvisar llegué a la zona de salida con rozaduras. Otro ejemplo de la hábil toma de decisiones de este verano.

Tras despedirme de RL, a la que también le esperaba un buen curre con el tema de desplazarse a las asistencias, me voy para el corralito. En cuanto me quedo allí solo la dura realidad me aplasta el cerebelo: «¿qué cojones haces tú aquí, escaso de motivación y carente de entrenamiento, sin posibilidad de acabar, al menos dignamente?; con el buen sabor de boca que te había quedado, ¿por qué vas a estropearlo?» Y lloro. No una lagrimilla que se escapa por lo emocionante del momento, algo habitual en la zona trasera en cuanto suena La Conquista del Paraíso: no, llorar de pena y de rabia. Pero ya está: hasta donde se pueda, y punto. El contexto y el momento acaban arrastrando los pensamientos negativos, así que cuando se da la salida, tras los primeros cientos de metros en los que solo puedes caminar atropelladamente mientras buscas una mirada familiar entre el público, me pongo en modo ultra e intento trotar.


Primeros kilómetros hasta Les Houches, conocidos, planos, por asfalto y buena pista de tierra. Pasan rápido, calentando las patas y el coco. En la primera «chincheta» del día, Le Delevret, camino en cuanto se pone algo dura la subida. Los tiempos de corte dan miedo, pero no puedo gastar ya ahí lo poco que tengo. Y aunque siempre he penado más subiendo, hacia Sant Gervais veo que la rodilla no aguanta bajando. Intento hacer un trote con el menor bote posible para minimizar impacto, pero sin parar porque solo voy con 45 minutos de margen.
Me aprovecho de las luces de los demás para no sacar el frontal hasta la asistencia de Les Contamines, a la que llego con unas malas sensaciones brutales, y sólo iban los 30 primeros kilómetros: además de las obvias por falta de forma, no soy capaz de comer y beber bien (y eso que normalmente soy una draga). Le cuento a RL que preveo problemas, me anima, e intento cumplir. Me abrigo, avituallo, y tiro. El recorrido empieza a meterse ya en buena faena, primero por la chula zona de Notre Dame de La Gorgue, donde siempre hay un ambientazo animando, y luego ya subida empinada y con tramos rotos y algo de nieve hasta Bonhome, para en cuanto llegas bajar a Les Chapieux.
Paro un buen rato en ese control, porque sé lo que viene a continuación: subida continua por asfalto, y luego por un sendero en zigzag hasta el Col de la Seigne. Me había prometido «no comparar» con mi otra participación, pero es imposible no hacerlo: hace dos años había llegado hasta aquí en mucho menos tiempo, fresco y de buen humor, y ahora… mejor ni pensarlo. Subo lentorro, pero subo, y al coronar y entrar en Italia aparece la primera variación importante del recorrido respecto a 2015: el Col de las Piramides Calcaires. Bonito, sí, pero un tramo algo pestoso de piso, que te mete unos subidotes del copón para luego bajar de nuevo a la traza clásica. La rodilla ya va hinchada y duele, así que en el puesto de socorro de Lac Combal, ya de día, pido un antiinflamatorio, y sin determe intento seguir progresando, con una sola cosa en mente: cuando llegue la bajada desde el telesilla a Courmayeur, voy a flipar.
Y así fue. Caminando, apoyando la palma de las manos en los bastones antes de cada escalon, mordiendo el labio del dolor… Pero, oye, estaba en Courmayeur: muy justo de margen y jodidillo, pero estaba, y la mañana anterior no apostaría un duro por ello. Le cuento la película a RL, y aunque es el punto ideal para retirarse, en ese momento no me apetece: ya que había hecho casi todo mal, me salió el necio que todos llevamos dentro y me dije, de reventar, reventemos bien. Así que me fui a la enfermería a pedir otro AINE y, flipemos con esta organización, me dicen que no pueden, que les consta que me dieron uno hace 3 horas, y es muy pronto. El caso es que me tomo mi tiempo (45 minutos estuve allí): descanso y papo bien, que el estómago ya funciona en su estado tragadera habitual, aunque no cambio ropa ni calzado (la carrera completita se zamparon las mismas Brooks Cascadia), y vuelvo a la carrera, consciente de que en parte es un error seguir (total uno más ya qué más da).

El siguiente tramo para mí es el más bonito del recorrido: subida dura dura hacia el refugio Bertone, luego terreno más llevadero hacia el Bonatti, y bajada tranquila hasta Arnuva (donde sí que repito pastilla, aunque ya se ve que el asunto de la rodilla no va a remitir sino ir a más, como no podía ser de otra forma con el tute que está recibiendo). Y ahí llega el coloso, el puto Grand Col Ferret, que en los vídeos es precioso, pero que a esas alturas se te hace bola (se llega con 100km y 6500mDa+ ya en el cuerpo). Eso sí, la bajada siguiente mola mucho, y tiendes que tener cuidado de no envenearte porque al principio es muy fácil, y también por dejarse llevar un poco por la euforia (mucha bajada por delante, superar la centena, entrar en Suiza…).
El haber corrido con algo menos de molestias el último descenso, supongo que por soltar la zancada y no tener que ir reteniendo, me anima mentalmente. Entro en el control de La Fouly con idea de descansar un buen rato y reordenarme, pero la sensación de ardor en los pies y de dureza en los muslos me dicen que si me siento la cagué: no me despegarían del banco ni con espátula. Así que en plan pro, apenas paro a tomar algo y sacar el mp3 porque sé que a partir de ahí voy a necesitar acompañamiento emocional: en mi opinión lo decisivo y lo fastidiado de la carrera es este último tercio.

Para llegar a Champex-Lac hay otra subida jodidilla, así que voy guardando un pelín. De hecho, flipo con el hecho de que voy medio regulando porque me sé el recorrido perfectamente, y eso que solo pasé una vez por él (y varios tramos de noche). Será el efecto Gran Hermano, que las vivencias intensas se magnifican y por eso lo tengo grabado, o serán las horas de Youtube. El caso es que llego al pueblo reventado de mecánica y con el motor sin fuerza… pero le había ganado unas horas a los tiempos de corte. Así que reposto, descanso unos minutos y hablo con RL del tema. Por cabezonería, porque razones lógicas no había, me digo: vamos a ir hasta Trient, aunque sea caminando todo el rato, y allí decidimos. Lo que traducido al lenguaje de la sinceridad venía a ser: vamos a penar hasta Trient, y si no peto del todo en el camino, seguiré porque no voy a retirarme a 30km de meta mientras haya posibilidad de llegar. Podría argumentar que quería ver el tramo nuevo que habían puesto antes de Bovine, pero sería mentira (por cierto, tramo chulo pero que se las traía, y más de noche).
El caso es que no sabría decir qué es petar del todo, porque entré a Trient peor todavía de lo que esperaba: destemplado, vacío por dentro, con tirones, los pies no me atrevía a destaparlos, y un bulto en la rodilla. Me acerco al servicio médico (nunca los uso, y este finde repetí). Me tumban en la camilla, me explora la pierna y me dice que no debía seguir, cosa que ya sabía yo desde hacía no sé cuántas horas. Le respondo que me jode retirarme tan cerca de Chamonix, y el médico insiste. Pero, ¿qué dice un buen español? ¡Pues claro! Que nosotros somos íberos de pelo en pecho, brutiños y cabezones. Así que el tío, nada ofendido por llevarle la contraria porque allí este tipo de conversaciones deben ser de lo más normal, llamó a un fisio y le dijo que hiciese lo que pudiese para que yo siguiera. Me dio otra pastilla de Iboprofeno (nunca hagáis esto, chicos: no es aconsejable), un masaje con crema antiinflamatoria, y me amañó los esparadrapos funcionales que ya llevaba, y vía.
De aquí a Chamonix fue un suplicio. Prácticamente todo caminando, y cuando trotaba era con un estilo y un ritmo muy triste. La cabeza dando mil vueltas, evadiéndose en la subida a Catogne, maldiciéndose a sí misma en la bajada a Vallorcine, y subiendo a la Tete Aux Vents flojeando y patinando ya la neurona. De esos momentos en que piensas si todo eso vale la pena. Los últimos 10km de bajada hacia Chamonix iba desquiciado por lo rara de la situación, como de quedarte fuerzas pero no poder usarlas. En estos últimos tramos hace un par de años adelantaba cadáveres de una forma alucinante, y ahora me pasaba a mí gente caminando. Sólo miraba el reloj para ver si me daba tiempo de entrar antes del cierre.
Cuanvo vi la civilización obviamente tuve un subidón, aunque maldecí por lo bajinis al que decidió que esta vez teníamos que cruzar la carretera por un paso elevado de andamios, y cuando llegué al paseo del río y todo el mundo empieza a aplaudirte, todavía más subidote: estaba hecho. No sé que neurotransmisor es el responsable, pero los últimos metros suelen ser siempre de anestesia: no te duele nada, la mochila no pesa, y sacas fuerzas para entrar en meta corriendo o, en mi caso, simplemente intentando trotar (en parte supongo que por vergüenza).

Acabo otro UTMB, éste con más de 168Km y de 11000mDa+, en poco más de 42 horas, y tengo rostros familiares esperándome en meta. Un sueño para muchos, una sensación agridulce para mí: tengo otro chalequito para fardar por ahí, pero no estoy contento. No debí haberme inscrito, no debí vaguear los primeros meses del año, no debí pasar de Courmayeur, etc. Pero me pudieron el ansia, el querer compartir la meta con RL, la descompensación entre fortaleza mental y física, el contexto… No se cumplieron los objetivos habituales, y sé que esta prueba ha hipotecado mis posibilidades de correr en el futuro, y probablemente obligue a pasar por cuchilla. Creo que el balance no es muy allá.
Así que ahora todavía valoro más lo del 2013, cuando disfruté durante la prueba, incluso parando a sacar fotos y hablar con la peña (se fueron en ello 2h tranquilamente), y acabé «fresco» y satisfecho, sin lesiones. Pero este año no. Y lo peor de todo es que estaba cantado. Doble finisher en la Sommet Mondial du Trail: veremos a qué precio físico y mental.




