Retorno a Penedos

Como una especie de Bill Murray en «Atrapado en el tiempo«, así me sentí este año en el maratón de montaña de Penedos do Lobo. Y es que, aunque intenté que no fuera así, los acontecimientos se sucedieron como en los años pasados.

La sensación ya empezó el día anterior, porque aun saliendo de casa temprano,  perdimos el sábado entre recados y visitas, y amagos de senderismo (este año probamos la Ruta de Sobrado, pero la verdad es que no nos dejó buen sabor de boca). Así que, como es ya habitual, no llegamos a la estación de esquí de Manzaneda hasta casi el anochecer.

Y al amanecer, otra vez justos de tiempo en la salida, comenzamos a correr con amenaza de lluvia. Los del pelotón en los primeros 200m nos cubrimos de gloria al ir durante unos segundos por delante del gran FA… aunque fuese porque él llegó tarde a la salida. En fin. Primeras rampas, atasco, primeras bajadas, adelantamientos,…, y primer deja-vu: en el falso llano me pasa todo quisqui, intento apretar y no voy, y me duele la cabeza. ¿Por qué cojones siempre tengo como jaqueca cuando hago este tramo? Aún voy a pensar que es el algo telúrico. Mantengo un ritmo ultrero e intento disfrutar del paisaje, y a lo tonto llego al cruce de la carretera.

En esta zona todo el mundo piensa en lo mismo: el cortafuegos. Me uno a la procesión de caminantes e intento guardar fuerzas, pero parpadeo un par de veces y estoy ya arriba. La única sensación nueva y buena de esta edición. Psicológicamente eso me anima, y me encuentro mejor de patas, así que me pongo a tirar. Es lo bueno de volver a correr una prueba conocida: sabes mejor cómo regularte en el recorrido. Flipo con mi ritmo, estoy yendo bien. Pero al llegar a las antenas de Cabeza Grande: ¡el mismo tiempo de siempre! No puede ser.

Pero es. Se me calientan los cascos y me digo que tengo que mejorar mi tiempo, así que no paro en el avituallamiento (total, llevo mochila), y empiezo a apretar de verdad. Terreno fácil en bajadilla, y después bajada más rota… y resbaladiza: derrapo en una laja grande y voy al suelo. Me levanto y veo que no fue grave, pero noto que sangro por un costado. Echo la mano, y era un gel que se me había reventado en el bolsillo. Así que sigo sin problema, pero todo cochino (lo que también es bastante normal). La zona «plana» la hago toda corriendo, pero cuando llegan otra vez los kilómetros de subida se repite la jugada de siempre: es ver el pilón y penar. ¡Me cago en el día de la marmota! O en el de los lobos, porque la subida a sus penedos se me atragantó… y el cortafuegos tras el último avituallamiento me remató, como viene siendo habitual. Aún por encima se nos unieron un chaparrón y una ventolera simpáticos, por lo que la pista ancha final volvió a hacerse más dura de lo previsto.

Y sí, como el meteorólogo que se despierta siempre con la misma hora, marco un crono similarmente malo a los de otros años: 5:16:00 para 43km y unos 1800mDa+. Varios altibajos físicos y una sensación psicológica extraña (algo que ver con la asimilación del tiempo), pero lo pasé bien. Y además me venía bien como entreno para UTGS. Pero esa es otra historia.

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